29 de noviembre de 2014

Vestigio


Las curvas en su blusa dibujaban la perfección quebrantando todas las leyes de la geometría. Ninguna droga hubiera sido capaz de crear una alucinación tan celestial. Unos largos y delgados tacos sostenían la perfecta estructura biológica que se posaba en ellos.
La música empezó a sonar y todo perdió sentido. Toda la existencia se redujo a ese pequeño instante en que sus pies comenzaron a deslizarse sobre los patrones de rombos que formaban las baldosas. Una luz violeta giraba con suavidad sobre la pista e iluminaba su castaño cabello ondulado. Estaba seguro que esa era la intención de Dios cuando decidió crear a Eva. Sublime. Tangiblemente encantadora.
“Un ser de esa casta no debería mezclarse con simples mortales como nosotros” pensó mientras sostenía una copa de champagne en su mano derecha y un habano en su mano izquierda.
Los pasos hacia el centro de la pista parecían eternos, uno tras otro se sucedían ilusoriamente en vano. Un empujón a la derecha, otro por atrás, un poco de champagne derramado en su pantalón y una camisa que casi se quema por el puro encendido. Pero nada importaba, nada era más relevante e imperioso que llegar al centro de la pista.
En medio de la canción, las uñas pintadas de rojo se paseaban por la cintura de la mujer de manera provocativa. Un baile casi hipnótico que la hacía girar en círculos ante la atenta mirada de quienes la rodeaban. El furioso combate de miradas entre la deseada y los deseantes había comenzado. La falda se elevaba conforme al movimiento como si estuviera siendo jalada por querubines invisibles y todo era simple hermosura a su alrededor. Una copa de champagne se ubicó cerca suyo. El humo de un puro invadió el aroma a lirios de su cabello.
Un trago largo de champagne y la copa fue directo a estrellarse contra las baldosas de la pista.
-¿Puedo? –preguntó el muchacho de pelo oscuro y le extendió la mano, descartando con desdén el habano a medio terminar.
-Pensé que iba a bailar sola el resto de la noche –respondió con disimulado entusiasmo la muchacha de ojos verdes.
La tomó por la cintura y se acercó peligrosamente a su boca. Los movimientos de su baile fluían como un río que baja de la montaña en plena primavera.
-Ese habano debe haber valido unas cuantas horas de trabajo –comentó ella.
-La vida es muy corta para andar preocupándose por las cosas materiales. Al fin y al cabo se iba a deshacer entre mis manos, como seguramente lo haga este hermoso momento.
Una sonrisa pensativa se dibujo en la cara de la muchacha, que ciertamente estaba disfrutando aquel encuentro repentino. De todas las personas que pude haber conocido hoy, lo encontré a él, pensó mientras cerraba los ojos y dejaba que su cuerpo se deslice al son de la música. No sabía por qué se le había cruzado aquel pensamiento, solo que sentía algo diferente, algo nuevo. O no tanto.
Él, por su parte, inclinaba su cuerpo más y más sobre ella. Lentamente la iba atrapando, reduciéndola, bajándola del pedestal y poniéndola a la altura de los simples mortales como él. Y eso le gustaba.
Las canciones fueron pasando una tras otra, rellenando con acordes mágicos el silencio que había por dentro en sus corazones. Caras guardadas para el fin de semana y luego encajonadas el resto de los días.
Luces rojas coloreaban el ambiente cuando por fin se decidió a besarla. Sin pensarlo, sin dudarlo abalanzó su rostro sobre la bella figura que tenía delante y todo se volvió surreal. Su mano subía lentamente por la espalda de la musa hasta llegar a su cuello, mientras ella lo apretaba fuertemente por la cintura. Dulce abstracción para dos almas en pena.
Y el beso fue eterno. Eterno como lo es un jazmín en un frasco de agua. Eterno como los dioses del vino y el amor. Eternamente efímero.
-Siento que te conozco de hace siglos –Suspiró ella.
-Quizá sea así.
Se soltaron el uno al otro y se quedaron firmes, tiesos, expectantes entre sí, como espectadores esperando el truco final en un show de magia. Y nada.
Las luces se apagaron y fue imposible verse las caras. Un momento no puede durar para siempre, y así lo entendieron en ese instante.
-Me tengo que ir, se está haciendo tarde –dijo ella con la cabeza gacha.
-Es tarde, tené –respondió él y le extendió un cigarro que sacó  del bolsillo de su camisa -No tomes frío afuera-.
-Gracias –contestó ella y procedió a darle un beso en la mejilla. Dio media vuelta y  comenzó a alejarse por entre la gente –Ah, por cierto, me llamo Helena –dijo dándose media vuelta con una sonrisa apenas perceptible.
-Paris, mucho gusto –respondió el muchacho y se alejó de la pista lentamente.
Dos caras pueden no verse en toda una vida, en toda una eternidad, y aún así quedar grabadas. Vestigios de lucidez y de locura de un tiempo pasado, destellos fantasmales de una vida no vivida, de un sueño no soñado, de un cuento no contado en la mente de sus propios protagonistas. Frente a frente. Unidos una vez más como si fuera la primera vez, o la segunda, quién sabe. Quizá no sea la última, quizá no haya otra vez. Tal vez los dioses aún no terminaron de jugar con los mortales, tal vez solo se escondieron y juegan de otra manera, desde otro lugar.
Vive en un recuerdo el anhelo de encontrarla. Muere en un beso el deseo de amarla.

27 de noviembre de 2014

En un sueño


Estábamos tan cerca que nuestras respiraciones laceraban nuestras pieles. Tan cerca que nuestros pensamientos eran casi audibles, pero no lo suficientemente claros. Llegaste y te envolví en mis brazos, sentí que nadie cabía en ellos como vos, que nadie más que vos tenía la forma necesaria para rellenar el vacío en mi interior. Eras la única ilusión que me ataba, la única esperanza que me desvelaba, pero te fuiste. Tan rápido, tan indiferente. Me quedé en la puerta mirando como te alejabas, esperando que voltearas para ver si yo aún seguía allí, para ver si aún quedaba algo por rescatar. Pero todo fue en vano. Desapareciste en la noche y nunca más te vi, te fuiste con lo último que me quedaba de luz, con lo último que tenía para entregar, y nunca volviste.
Ahora paso mis madrugadas escribiendo textos que nunca vas a leer, plasmando pensamientos que nunca te voy a revelar. Todavía sos mi primer pensamiento por la mañana, mi último deseo por la noche. Todavía tenés el descaro de aparecer en mis sueños para recordarme que no te tengo y que nunca te voy a tener. Todavía no entendiste que hubiera entregado todo por vos. O quizá nunca te importó.
Un beso, un abrazo de despedida y una sonrisa grabada en mi retina que no deja de atormentarme. Las aves van a seguir cantando por la madrugada cuando llegues a tu casa, el sol va a asomar por el horizonte en cuanto apoyes tu cabeza en la almohada y yo me despierte pensando otra vez en tus ojos.
Tan inconsciente de que hay alguien en algún lugar que no duerme por saber de vos, tan inconsciente de que hay alguien cerca que ya no sabe lo que es vivir desde que vio tu espalda marcharse, tan inconsciente de que sin vos alguien no puede seguir adelante.
Media hora me separa de otra noche de sueños y suspiros solitarios, media hora me separa de volver a verte en mi mente con los ojos cerrados, pues no puedo hacerlo con los ojos abiertos.
Me hundo en esta espiral infinita, me hundo en los lamentos, me hundo en la noche oscura, en el día triste. Me pierdo, me pierdo en la espesura del olvido, me pierdo en los yuyos de la desolación. Esto es todo lo que tengo, esto es todo lo que soy, me gustaría abrazarte, besarte una última vez pero es demasiado tarde y una lágrima adorna el rabillo de mi ojo. Un sueño necesita ser soñado y el soñador ha de ir a soñar y quizás ahí te encuentre, quizás ahí, finalmente, seas real en mi vida.

16 de noviembre de 2014

La moneda


Una copa adorna la esquina olvidada de la mesa, el vino en su interior tiñe la imagen de un espeso rojo oscuro y una mano temblorosa se acerca para tomarla.
Rememora almuerzos en Atenas, besos en Marsella, paseos por Venecia y cenas en Milán. Reconstruye en su mente la Fontana di Trevi donde una moneda se durmió, hundida en el fondo, para suplicar a los dioses que aquella exquisitez del amor no tuviera punto final.
La copa se levanta, deambula por el aire, flota en círculos impulsada por una mano que busca acariciar, en el olvido, el rostro que una vez amó. En ella flotan los sueños diluidos y las esperanzas perdidas, el vino se estremece en su interior como revolviendo las memorias del pasado que está destinado a borrar. 

Un abrazo que se extiende más de la cuenta y un beso que se escapa por el Támesis. Noches de Madrid, atardeceres de Paris. Si tan solo por un segundo despertara el dios de su letargo, cuanto dolor nos ahorraríamos.
Y Buenos Aires espera. Espera silenciosa mientras la copa baña los labios de un anciano que lo único que necesita es olvidar, que lo único que puede es recordar.
La última gota de tinto cayendo por el borde del cristal ilustra la noche de Viena en donde los dos amantes se dijeron basta, la noche de Roma en que la moneda fue sepultada por los cobrizos deseos de alguien más. La noche en que el amor se canso de luchar y Londres ardió de tristeza.
Y la copa descansa, vacía, en el rincón de una mesa que ya no presencia almuerzos bipartitos, en una mesa que ya no escucha las banales discusiones de dos que se adoran. Vacía de vino, llena de recuerdos ansiosos de ser olvidados. 
Pero Buenos Aires espera. Espera silenciosa la noche en que los amantes decidan intentarlo nuevamente. Porque saben que la moneda, aunque hundida y sepultada, no ha dejado de brillar y que solo el tiempo puede volver a unir lo que el tiempo ha separado.