Las curvas en su blusa dibujaban la perfección quebrantando
todas las leyes de la geometría. Ninguna droga hubiera sido capaz de crear una
alucinación tan celestial. Unos largos y delgados tacos sostenían la perfecta
estructura biológica que se posaba en ellos.
La música empezó a sonar y todo perdió sentido. Toda la
existencia se redujo a ese pequeño instante en que sus pies comenzaron a
deslizarse sobre los patrones de rombos que formaban las baldosas. Una luz
violeta giraba con suavidad sobre la pista e iluminaba su castaño cabello
ondulado. Estaba seguro que esa era la intención de Dios cuando decidió crear a
Eva. Sublime. Tangiblemente encantadora.
“Un ser de esa casta no debería mezclarse con simples
mortales como nosotros” pensó mientras sostenía una copa de champagne en su
mano derecha y un habano en su mano izquierda.
Los pasos hacia el centro de la pista parecían eternos, uno
tras otro se sucedían ilusoriamente en vano. Un empujón a la derecha, otro por
atrás, un poco de champagne derramado en su pantalón y una camisa que casi se
quema por el puro encendido. Pero nada importaba, nada era más relevante e
imperioso que llegar al centro de la pista.
En medio de la canción, las uñas pintadas de rojo se
paseaban por la cintura de la mujer de manera provocativa. Un baile casi
hipnótico que la hacía girar en círculos ante la atenta mirada de quienes la
rodeaban. El furioso combate de miradas entre la deseada y los deseantes había
comenzado. La falda se elevaba conforme al movimiento como si estuviera siendo
jalada por querubines invisibles y todo era simple hermosura a su alrededor. Una
copa de champagne se ubicó cerca suyo. El humo de un puro invadió el aroma a
lirios de su cabello.
Un trago largo de champagne y la copa fue directo a
estrellarse contra las baldosas de la pista.
-¿Puedo? –preguntó el muchacho de pelo oscuro y le extendió
la mano, descartando con desdén el habano a medio terminar.
-Pensé que iba a bailar sola el resto de la noche –respondió
con disimulado entusiasmo la muchacha de ojos verdes.
La tomó por la cintura y se acercó peligrosamente a su boca.
Los movimientos de su baile fluían como un río que baja de la montaña en plena
primavera.
-Ese habano debe haber valido unas cuantas horas de trabajo
–comentó ella.
-La vida es muy corta para andar preocupándose por las cosas
materiales. Al fin y al cabo se iba a deshacer entre mis manos, como seguramente
lo haga este hermoso momento.
Una sonrisa pensativa se dibujo en la cara de la muchacha,
que ciertamente estaba disfrutando aquel encuentro repentino. De todas las
personas que pude haber conocido hoy, lo encontré a él, pensó mientras cerraba
los ojos y dejaba que su cuerpo se deslice al son de la música. No sabía por
qué se le había cruzado aquel pensamiento, solo que sentía algo diferente, algo
nuevo. O no tanto.
Él, por su parte, inclinaba su cuerpo más y más sobre ella.
Lentamente la iba atrapando, reduciéndola, bajándola del pedestal y poniéndola
a la altura de los simples mortales como él. Y eso le gustaba.
Las canciones fueron pasando una tras otra, rellenando con
acordes mágicos el silencio que había por dentro en sus corazones. Caras
guardadas para el fin de semana y luego encajonadas el resto de los días.
Luces rojas coloreaban el ambiente cuando por fin se decidió
a besarla. Sin pensarlo, sin dudarlo abalanzó su rostro sobre la bella figura
que tenía delante y todo se volvió surreal. Su mano subía lentamente por la
espalda de la musa hasta llegar a su cuello, mientras ella lo apretaba
fuertemente por la cintura. Dulce abstracción para dos almas en pena.
Y el beso fue eterno. Eterno como lo es un jazmín en un
frasco de agua. Eterno como los dioses del vino y el amor. Eternamente efímero.
-Siento que te conozco de hace siglos –Suspiró ella.
-Quizá sea así.
Se soltaron el uno al otro y se quedaron firmes, tiesos,
expectantes entre sí, como espectadores esperando el truco final en un show de
magia. Y nada.
Las luces se apagaron y fue imposible verse las caras. Un
momento no puede durar para siempre, y así lo entendieron en ese instante.
-Me tengo que ir, se está haciendo tarde –dijo ella con la
cabeza gacha.
-Es tarde, tené –respondió él y le extendió un cigarro que sacó del bolsillo de su camisa -No tomes
frío afuera-.
-Gracias –contestó ella y procedió a darle un beso en la
mejilla. Dio media vuelta y
comenzó a alejarse por entre la gente –Ah, por cierto, me llamo Helena
–dijo dándose media vuelta con una sonrisa apenas perceptible.
-Paris, mucho gusto –respondió el muchacho y se alejó de la
pista lentamente.
Dos caras pueden no verse en toda una vida, en toda una
eternidad, y aún así quedar grabadas. Vestigios de lucidez y de locura de un
tiempo pasado, destellos fantasmales de una vida no vivida, de un sueño no
soñado, de un cuento no contado en la mente de sus propios protagonistas.
Frente a frente. Unidos una vez más como si fuera la primera vez, o la segunda,
quién sabe. Quizá no sea la última, quizá no haya otra vez. Tal vez los dioses aún no terminaron de jugar
con los mortales, tal vez solo se escondieron y juegan de otra manera, desde
otro lugar.
Vive en un recuerdo el anhelo de encontrarla. Muere en un beso el
deseo de amarla.