17 de marzo de 2016

El pozo

Volví a asomarme al pozo de la soledad, donde tiré las últimas monedas que quedaban en el fondo de mi bolsillo aquella noche de Octubre en que te besé por primera vez. Asomé mi rostro solo para ver, ahí en medio del vacío de oscuridad, bajo la luz de la luna, el resplandor de esos metales ya un poco oxidados por la humedad y el paso del tiempo. Y ahora, con mi cabeza inclinada hacia ese abismo negro, todo es más claro.
Busqué respuestas donde solo había preguntas, busqué amor donde solo había indiferencia, y ahí acabaron mis monedas. Deseos muertos, tiempo perdido que no volverá.
Y así como el tiempo se va y no vuelve, así debo irme yo también de aquel pozo. En sus fauces quedarán mis centavos, testigos inequívocos del ardor de mi alma por la tuya, para que algún día los tomes y entiendas lo que nunca quisiste entender.
No todos los días se le da la espalda al mayor anhelo del corazón, pero cuando este no puede soportar más cicatrices, es hora de decir adiós. Adiós a tus besos y caprichos, a tus abrazos y puñales, adiós a tu belleza y tu locura.
Alguna mañana traerá consigo de vuelta la lluvia y rebalsará de nuevo aquel pozo triste y abandonado, algún día, pero no hoy. Hoy es tiempo de buscar otro, lanzar nuevas monedas y velar por nuevos deseos bajo otras lunas. Hasta siempre.

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