Tras una cortina de humo invisible, a la sombra de lo indigno, se perpetra la más negra de las traiciones. Ahí, donde las estrellas se esconden por pudor y donde las mariposas no son más que un decadente festín de tonos grises.
Hierven las venas y se enredan las palabras en la boca, un impulso frenético pugna por salir y desbaratar en un instante lo que la cordura construyó con infinita paciencia. La mandíbula vacila y el crujir de dientes no se hace esperar.
Un par de manos tiemblan y una mente se pone en blanco al observar la cruda realidad: se fue, para siempre, y por el peor camino posible; no lo sabe aún, pero lo sabrá, así como esta mente sabe ahora que está sola, completamente sola en un mundo abarrotado de sombras.
Las vueltas de la vida y la espiral que nunca termina, el fondo no es más que una ilusión, la luz no es más que un recuerdo fugaz. Volver a la senda de los vivos, de los que aún pueden sentir algo más que dolor, de aquellos que aún tienen un ápice de esperanza, un pequeño vestigio de amor. Volver en sí. Una mente que necesita encontrarse porque ya lo perdió todo de forma prematura. Injusticias a la orden del día. El corazón se acelera bombeando odio, amargura, resentimiento, combustibles para el motor de la ira. Un puño se cierra con fuerza mientras una lágrima deja de luchar y se cae, se pierde para siempre.
Y al final, invocar a los dioses del olvido será la forma de purgar tanto rencor. Lujuriosos desagradecidos, al César lo que es del César. Un verdugo se viste de verdugo, nunca se disfraza de amigo.
Merecer es solo un deseo, un anhelo irreal, todo se retuerce y la vida no paga con la misma moneda. Un revés y poner la otra mejilla, apagar la mente, el corazón, el espíritu y extirpar todo sentimiento. Solo. Una danza solitaria en un interminable mundo de sombras y humo invisible.
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