7 de febrero de 2015

El adiós de un tonto


Te veo y lo intuyo, algo en el aire me dice que llegamos al punto de no retorno. Sentados, cara a cara, desnudando con palabras y miradas todo lo que nuestros corazones trataron de sepultar por tanto tiempo. Te escucho y trato de no perderme en la locura de tus ojos, en la fantasía de tu sonrisa.
Mi mente se nubla como cada vez que intento ser sincero, pero ya no hay más tiempo, ya no hay más vueltas. Quisiera poder tener al menos el coraje de mirarte de frente mientras hablo, pero sé que no podría contener las lágrimas. Se me hace imposible detener la caída de todo lo que construimos y nada será lo mismo después de esto.
Argumentos que no puedo rebatir, razones que no entiendo y todo se hace confuso.
Ya solo me queda asentir y elegir la resignación como única alternativa. Pienso en todas las cosas que podría haber cambiado u hecho de otra manera y siempre llego a la misma conclusión: yo soy el problema. No importa lo que haga, no importa lo que diga, no importa cuándo o cómo, yo soy la piedra en el camino y como tal, me debo hacer a un lado.
Nunca voy a entender por qué esas pocas ganas de luchar, por qué esa poca esperanza en las posibilidades, pero ya no hay nada que pueda hacer para cambiarte. Me quedé sin fuerzas, te di lo último que me quedaba y ni eso fue suficiente, por eso es tiempo de marcharme hasta sepa Dios cuándo.
Un último beso para engañarnos una última vez, un último abrazo con los ojos vidriosos, un último suspiro cerca de tu cuello, un haz de luz que se termina por desvanecer frente a nosotros, un montón de arena que se nos termina de escurrir entre los dedos.